Aquel día, verano del 2013, en la Base Aérea Las Palmas, mientras el sol limeño jugaba con las sombras de hangares y alas extendidas, me encontré frente al Mi-17 de la Fuerza Aérea del Perú. Imposible ignorar su presencia. Grande, robusto y preparado para cualquier misión, este helicóptero ruso es parte fundamental del brazo aéreo del país, y verlo de cerca —sin prisas, sin ruido de rotor— es una experiencia poderosa.
Con mi fiel Nikon F5 cargada con película y montado el versátil Nikkor 28-105mm, encuadré al Mi-17 tratando de capturar su carácter: su volumen imponente, las líneas utilitarias de su diseño soviético, y esa sensación de que está listo para despegar en cualquier momento. No es un helicóptero elegante, es funcional, directo, y por eso me gusta tanto. Tiene cicatrices, óxido aquí y allá, detalles que cuentan historias.
Lo fascinante del Mi-17 no está solo en sus capacidades técnicas —como su capacidad de carga o resistencia en condiciones extremas—, sino en cómo representa una parte del Perú profundo: el que necesita transporte aéreo donde no hay carreteras, el que opera entre cerros y selvas, el que responde en emergencias.
Estas fotos no fueron pensadas para ser perfecta, sino sincera. Y eso es lo que busco con cada disparo en película: imágenes que no solo muestren, sino que hablen.



