Hay cámaras que simplemente cumplen su función. Y hay otras que, sin darte cuenta, se convierten en parte de tu historia. Para mí, esa cámara es la Canon PowerShot G1 X. La compré nueva en 2014, con la idea de tener algo compacto pero con calidad profesional. Lo que no sabía en ese momento era que iba a convertirse en mi aliada fiel durante años.
Me acompañó por Buenos Aires, Argentina, por los rincones más auténticos del interior del Perú, y por las calles llenas de vida en México. En cada uno de esos lugares, la G1 X respondió con firmeza, con ese carácter robusto que pocas compactas tienen.
Técnica con alma
La Canon G1 X fue lanzada oficialmente el 9 de enero de 2012, y desde el primer momento demostró que no era una compacta cualquiera. Está equipada con un sensor CMOS de 1.5 pulgadas (casi tan grande como el de muchas DSLR de la época), con 14.3 megapíxeles, y lo más importante para mi: dispara en formato RAW. Esa sola característica la separa del montón. Poder editar con flexibilidad, rescatar luces y sombras en postproducción… es una herramienta real para quienes nos tomamos la fotografía en serio.
Su lente fijo 28-112 mm (equivalente) con apertura f/2.8-5.8 ofrece un rango versátil para calle, retratos e incluso paisajes. Y aunque no tiene zoom intercambiable, la calidad óptica es excelente. La pantalla articulada de 3 pulgadas me ha salvado en más de una toma complicada, sobre todo cuando buscaba encuadres bajos o discretos.
Algo que me atrajo mucho fue la pantalla abatible, era mi primera cámara con esta característica lo cual permite hacer fotos en otros ángulos, muy desde arriba o muy desde abajo, desde el suelo.
Otras especificaciones técnicas que todavía valoro:
- Procesador DIGIC 5, rápido para su tiempo
- Modos manuales completos, ideal para quien no quiere depender del automático
- Grabación de video Full HD a 1080p
- Visor óptico, útil en días de mucho sol
- Construcción sólida y cuerpo de aleación de magnesio, que se siente más «pro» que muchas réflex ligeras
No es perfecta, y eso también me gusta
¿Es pesada? Un poco, sí. ¿El enfoque podría ser más veloz? También. Pero ahí está su encanto: no pretende ser una cámara para cualquiera, sino para quien valora el proceso, la composición y la intención en cada disparo. Y eso, para mí, la hace única.
Más que una cámara: una compañera
Hoy, después de más de una década, sigo conservándola. Y no es por nostalgia (aunque también), sino porque aún funciona como el primer día. Cada vez que la saco de la mochila, recuerdo un atardecer en Salta, una caminata por el centro de Lima, una toma casual en Ciudad de México que terminó siendo una de mis favoritas.
La Canon G1 X no solo me enseñó a mirar, también me enseñó a confiar en una cámara. En esos viajes donde cada gramo importa, siempre elegí llevarla conmigo. Y nunca me falló.
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