Ya no lo tengo. Hace años que se fue, probablemente regalado, olvidado en algún cajón o intercambiado por un equipo más moderno. Pero el iPhone 4S fue más que un teléfono para mí: fue mi primera cámara de bolsillo que realmente me hizo confiar en la fotografía móvil.
Y no me refiero a selfies o fotos de almuerzos (aunque seguro hice algunas). Hablo de capturar cielos desde la ventana de un avión, de registrar texturas de ciudades extranjeras, de atrapar la luz en lugares donde no llevaba mi cámara grande encima.
Diseño de otra época… que todavía se siente premium
El iPhone 4S salió en 2011, y aún recuerdo lo sólido que se sentía en la mano. Esa combinación de cristal y acero, su forma recta, su botón redondo… todo tenía una elegancia sobria que ya no se encuentra en los diseños actuales. Era pequeño, sí. Pero también era precioso.
Nada de pantallas infinitas ni tres cámaras traseras. Solo una cámara simple, sin adornos, pero con un software que hacía magia.
La cámara: 8 megapíxeles que sabían lo que hacían
La cámara trasera del iPhone 4S tenía 8 MP y una apertura de f/2.4. En papel, eso suena limitado hoy en día. Pero en la práctica, el sensor producía imágenes sorprendentemente nítidas, con buen color y un equilibrio general muy digno. Lo más impresionante era su capacidad para medir la luz y enfocar rápido, algo que incluso algunas cámaras compactas de la época no lograban tan bien.
Con buena luz, era más que suficiente para capturar momentos con intención. No necesitabas saber de fotografía, solo mirar, encuadrar y disparar.
Algunas fotos que aún guardo con cariño
En varios de mis viajes, especialmente en esos donde llevaba poco equipaje o simplemente no esperaba encontrar algo que valiera la pena fotografiar, el iPhone 4S fue mi compañero silencioso. Fotos desde un avión, reflejos en ventanales, nubes inesperadas… imágenes hechas sin planear, pero con ojo.
Y lo más curioso es que algunas de esas fotos siguen vivas. Han sobrevivido a backups, discos duros y limpiezas digitales. Las edité años después con apps como Snapseed, les quité un poco de ruido, las enderecé, les di algo más de vida… pero su esencia está intacta. Y eso dice mucho.
¿Fue perfecto? Para nada. ¿Lo extraño? A veces.
Sí, tenía sus limitaciones: el ISO alto era ruidoso, de noche sufría, y ni hablar del almacenamiento interno de 8 o 16 GB que se llenaba en dos viajes. Pero hay algo que no se puede medir en especificaciones: la cercanía emocional con un dispositivo. Y el iPhone 4S fue, para muchos, ese primer smartphone que abría la puerta a un mundo nuevo: mapas, música, fotos y conexión, todo en un bloque de vidrio.
Hoy uso otras cámaras y otros teléfonos. Pero cuando reviso esas fotos antiguas, no solo recuerdo los lugares: recuerdo la sensación de haber confiado en un aparato diminuto para capturar algo que valía la pena.
Este artículo es un pequeño homenaje a ese viejo compañero de viaje, el iPhone 4S, que me enseñó que no importa tanto el equipo que tengas, sino el ojo con el que decides mirar el mundo.